En mil nueve veintidós,
muere un valiente torero;
con su garbo no hubo dos,
se llamó Manuel Granero.
Pocapena fue el astado
que puso fin a su vida,
fue un diestro muy arriesgado
de lidia comprometida.
Se fue con escasos años,
tan solo veinte tenía;
cuando el morlaco castaño
con las astas lo cogía.
Ay!... pena, pena penita,
Madrid se hundió en la tristeza;
la gente estaba marchita
al expirar tal grandeza.
A valencia lo llevaron
sitio donde fue su cuna;
sus paisanos lo lloraron
por su muerte inoportuna.
Ay!... pena, pena penita
esto lejano quedó,
toda España envuelta en cuita
porque mucho le admiró.
Jorge Horacio Richino
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