sábado, 31 de octubre de 2009

La ruana negra.

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Aquella ruana negra
que cubrió mis piernas
en aquel viaje de regreso
desde la costa marítima
hacia la ciudad de Buenos Aires.

Cuando el frío de la madrugada
se colaba por hendijas del automovil
obligándome a detener la marcha.

Agradecí entonces recordar
que llevaba conmigo
tu ruana de lana negra,
y podría aprovecharla
para protegerme del viento penetrante.

Una vez detenido el vehículo
pude observar la noche casi cerrada
con un cielo pobre de estrellas
y un paisaje inmenso y hostil.

Me cubrí con ella las piernas,
me acomodé en el asiento
y retomé la marcha hacia mi destino
que era el de encontrarme contigo
al final de tan largo viaje.

No sólo comencé a sentir
una sensación de placer
que me daba la protección
de aquella prenda,
sino que sentía tu olor
que estaba impregnado en ella.

Ese olor que además
de una hermosa sensación,
me obligaba, inconscientemente,
a pisar más a fondo el acelerador.

Los recuerdos de otros momentos
vividos junto a tí
y la emoción del reencuentro,
eran mi compañía y sosiego
en tan solitario recorrido.

Y transmito de esta forma
ésto que quedó grabado
en mi mente y corazón,
pues deseo quede escrito
para dejarlo en memoria
de una simple y dulce historia
que no le importa esconder
que te amaba con pasión.



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Autor: Jorge Horacio Richino.

Todos los derechos reservados.
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