Déjame, por favor, te lo suplico,
que ya no puedo amarte y proseguir;
¡Déjame!... otra vez te lo repito,
pues ya perdí los sueños y comencé a morir.
Le pido a tu egoísmo no retenerme,
solo por tener una apariencia respetable;
ningún sentido tiene continuar adelante
cuando existe una razón imperdonable.
Las penas y angustias que escondemos
tendremos que ahogarlas en nuestro propio llanto,
hasta que el Señor disponga que tal vez las olvidemos.
Y si la vida nos llevó hasta este quebranto,
sin duda ha sido porque ya no nos queremos;
entonces... ¡Vete, que ya no puedo continuar agonizando!
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Autor: Jorge Horacio Richino
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