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Un bien que me hizo mal.
Un bien que me hizo mal.
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La llama del Sagrado Corazón de Jesús.
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Relato
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Durante el año 1953 cuando concurría a la parroquia de mi barrio (Floresta) a tomar clases de catecismo con el objeto de prepararme para recibir el sacramento de la primera comunión, se me presentó una situación que -si bien pudo haber sido con muy buenas intenciones- produjo una confusión en mi mente, aún poco desarrollada, que todavía no estaba preparada para grandes parábolas y explicaciones con significado divino y que derivó en una fuerte preocupación que me afligió durante bastantes días.
Entonces estaba por cumplir los ocho años, lo que indica claramente que mi madurez intelectual recién comenzaba a despertar.
En una de las clases recuerdo que se nos dijo -tanto a mi como a mis compañeritos de grupo- que una lámpara que se hallaba amurada a una de las paredes frontales del templo, sobre un costado del altar, era la llama del Sagrado Corazón de Jesús; y que el mencionado símbolo debía estar siempre encendido y no tenía que apagarse jamás pues representaba el espíritu vivo del corazón del hijo de Dios. De ello dependía que recibiéramos (los cristianos) la buenaventura y la fuerza espiritual del Señor Jesucristo y que, a su vez, ese fuego representaba la vida misma. Y, además, algo así como que si por infortunio esa llama se pudiera llegar a consumir sería por causa de que el día del juicio final había llegado a la faz de la tierra.
No pregunté nada sobre algunas dudas que se me manifestaron, ni a la catequista ni a mis compañeritos, estos últimos seguramente confundidos como yo. Por lo tanto interpreté que el día del juicio final era el día del fin del mundo, y como era muy pequeño y no me quería perder la vida que supuestamente me faltaba vivir en esta fase terrenal, se apoderó de mi un tremendo miedo, causado por el temor que algo pudiera pasar con esa llama que tenuemente flameaba al compás de las corrientes de aire que circulaban por el interior del recinto.
Tanto quedé preocupado que al finalizar la clase me quedé en la amplia y silenciosa soledad de la parroquia contemplando que la llama no se apagara por un fuerte viento o por falta de mantenimiento en su nivel de combustible, que considero era aceite o tal vez una vela en el interior del receptáculo.
En esa contemplación me encontraba, por cierto bastante asustado, y noté que se me acercó un compañero de clase que se explayó sobre el tema embarrándome más las ideas, pues me afirmó rotundamente que si la llama se apagaba sobrevendría el fin del mundo.
Así fue que me tuve que volver a mi casa sin poder dejar de recordar lo que había escuchado, y con la preocupación puesta en el destino y continuidad de la llama que corría peligro de apagarse si nadie la vigilaba o, en su defecto, no estaba yo allí para controlar que nada raro pudiera suceder.
A mis padres tampoco les pregunté, por esas cosas que tienen los niños de reservarse algunas cuestiones para sí, o quizá porque no querría afligirlos; lo cierto es que puedo asegurar que cuando me volvía a la mente ese pensamiento sentía una enorme preocupación y una horrorosa sensación de temor, verdaderamente para nada agradables.
Creo que mi cabeza después de unos días habrá pensado que si hasta el momento nada había pasado era porque el control de la flama era correcto y quizá Jesús no permitiría que su llama, la de su corazón, pudiera dejar de iluminar por circunstancias como el viento o el agotamiento de la energía que la mantenía en combustión.
Les puedo asegurar que no fue muy placentero sentir el miedo y la preocupación que sentí por este tema, que si bien para otros podría parecer una simpleza, entonces para mi se trataba de algo sumamente delicado y complejo.
Vaya si lo sabré y lo recordaré, no fue precisamente para nada agradable sentir un cortante frío que me corría por la espalda cada vez que me acordaba de la lámpara del Sagrado Corazón de Jesús.
MORALEJA: Pienso en que hay que tener muchísimo cuidado con el lenguaje que se utiliza para hablarle a los niños, como también que nos encontramos en un momento de evolución en que es necesario romper con modelos antiguos que utilizan las comparaciones o parábolas para llegar a una explicación que se podría dar de manera mucho más sencilla y directa. Hoy hay que ser más claro con los chicos y como reza un viejo refrán "al pan, pan y al vino, vino", así habría que expresarse con los pequeños, sin ocultamientos, sin mentiras de consuelo y con toda la verdad, por cruda que sea, el futuro de este mundo y la prosecución de la vida -y creo no equivocarme- así lo requieren.
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Un relato de: Jorge Horacio Richino.
"El Escritor de la Web"
La llama del Sagrado Corazón de Jesús.
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Relato
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Durante el año 1953 cuando concurría a la parroquia de mi barrio (Floresta) a tomar clases de catecismo con el objeto de prepararme para recibir el sacramento de la primera comunión, se me presentó una situación que -si bien pudo haber sido con muy buenas intenciones- produjo una confusión en mi mente, aún poco desarrollada, que todavía no estaba preparada para grandes parábolas y explicaciones con significado divino y que derivó en una fuerte preocupación que me afligió durante bastantes días.
Entonces estaba por cumplir los ocho años, lo que indica claramente que mi madurez intelectual recién comenzaba a despertar.
En una de las clases recuerdo que se nos dijo -tanto a mi como a mis compañeritos de grupo- que una lámpara que se hallaba amurada a una de las paredes frontales del templo, sobre un costado del altar, era la llama del Sagrado Corazón de Jesús; y que el mencionado símbolo debía estar siempre encendido y no tenía que apagarse jamás pues representaba el espíritu vivo del corazón del hijo de Dios. De ello dependía que recibiéramos (los cristianos) la buenaventura y la fuerza espiritual del Señor Jesucristo y que, a su vez, ese fuego representaba la vida misma. Y, además, algo así como que si por infortunio esa llama se pudiera llegar a consumir sería por causa de que el día del juicio final había llegado a la faz de la tierra.
No pregunté nada sobre algunas dudas que se me manifestaron, ni a la catequista ni a mis compañeritos, estos últimos seguramente confundidos como yo. Por lo tanto interpreté que el día del juicio final era el día del fin del mundo, y como era muy pequeño y no me quería perder la vida que supuestamente me faltaba vivir en esta fase terrenal, se apoderó de mi un tremendo miedo, causado por el temor que algo pudiera pasar con esa llama que tenuemente flameaba al compás de las corrientes de aire que circulaban por el interior del recinto.
Tanto quedé preocupado que al finalizar la clase me quedé en la amplia y silenciosa soledad de la parroquia contemplando que la llama no se apagara por un fuerte viento o por falta de mantenimiento en su nivel de combustible, que considero era aceite o tal vez una vela en el interior del receptáculo.
En esa contemplación me encontraba, por cierto bastante asustado, y noté que se me acercó un compañero de clase que se explayó sobre el tema embarrándome más las ideas, pues me afirmó rotundamente que si la llama se apagaba sobrevendría el fin del mundo.
Así fue que me tuve que volver a mi casa sin poder dejar de recordar lo que había escuchado, y con la preocupación puesta en el destino y continuidad de la llama que corría peligro de apagarse si nadie la vigilaba o, en su defecto, no estaba yo allí para controlar que nada raro pudiera suceder.
A mis padres tampoco les pregunté, por esas cosas que tienen los niños de reservarse algunas cuestiones para sí, o quizá porque no querría afligirlos; lo cierto es que puedo asegurar que cuando me volvía a la mente ese pensamiento sentía una enorme preocupación y una horrorosa sensación de temor, verdaderamente para nada agradables.
Creo que mi cabeza después de unos días habrá pensado que si hasta el momento nada había pasado era porque el control de la flama era correcto y quizá Jesús no permitiría que su llama, la de su corazón, pudiera dejar de iluminar por circunstancias como el viento o el agotamiento de la energía que la mantenía en combustión.
Les puedo asegurar que no fue muy placentero sentir el miedo y la preocupación que sentí por este tema, que si bien para otros podría parecer una simpleza, entonces para mi se trataba de algo sumamente delicado y complejo.
Vaya si lo sabré y lo recordaré, no fue precisamente para nada agradable sentir un cortante frío que me corría por la espalda cada vez que me acordaba de la lámpara del Sagrado Corazón de Jesús.
MORALEJA: Pienso en que hay que tener muchísimo cuidado con el lenguaje que se utiliza para hablarle a los niños, como también que nos encontramos en un momento de evolución en que es necesario romper con modelos antiguos que utilizan las comparaciones o parábolas para llegar a una explicación que se podría dar de manera mucho más sencilla y directa. Hoy hay que ser más claro con los chicos y como reza un viejo refrán "al pan, pan y al vino, vino", así habría que expresarse con los pequeños, sin ocultamientos, sin mentiras de consuelo y con toda la verdad, por cruda que sea, el futuro de este mundo y la prosecución de la vida -y creo no equivocarme- así lo requieren.
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Un relato de: Jorge Horacio Richino.
"El Escritor de la Web"
Todos los derechos reservados.
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Relato simultaneamente publicado en:
y otras páginas y ediciones del autor.
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